ENTREVISTA A JORGE RAÚL BRAVO.

                                           CINCUENTA AÑOS NO SON NADA…

                                  

Demasiado calor en esa tarde de enero. Un encuentro a la hora exacta en el lugar indicado, y una disposición absoluta a la charla amena y cordial.

Descubrimiento oportuno de actitudes con una impronta rigurosa, enmarcada con un halo de simpatía y amabilidad. También una mirada mansa y calma, que junto con una sonrisa a medias, preside la conversación.

Coincidencia de opiniones en temas light y en otros no tanto, van acercándonos de a poco, hasta hundirnos en el núcleo de la conversación.

En realidad, este bailarín y profesor reconocido mundialmente, más que enumerar sus proyectos o deseos, se remonta espontáneamente a viejas épocas, a momentos que lo hicieron vibrar, recordando y enumerando con evidente placer, eventos, situaciones, personas y fechas, que tuvieron un peso considerable en su vida, desde que empezó a bailar, allá lejos y hace tiempo.

Eso sucedió catorce años después de su nacimiento, en la provincia de Santa Fé.

Pero ya instalado en Buenos Aires durante su adolescencia y con la semilla del tango comenzando a germinar en su vida, Jorge Raúl Bravo comenzó a frecuentar el Salón Garay hasta hacerse habitué. Este era el lugar preferido de los tangueros de la zona sur y fue allí donde se contactó, por primera vez, con bailarines de pista, milongueros y demás especímenes que poblaban aquel lugar.

Claro, en aquella época al igual que ahora, era imposible vivir del tango, salvo contadísimas excepciones; por lo tanto, para poder sobrevivir, aprender a bailar y entrar a las milongas, tuvo que buscar un trabajo.

Trabajó en el Correo Argentino y más tarde en el Bank of America. Durante largos años trabajó de día y bailó de noche, tiempos en que iba a trabajar muchas veces, habiendo dormido muy poco.

Su primera presentación como profesional, fue en 1962 en Patio de Tango, ese reducto de la calle Corrientes, contaminado de noche y de 2 x 4, donde se daban cita cantantes de la talla de Aída Denis o el Tata Ruiz y las mejores orquestas.

Cuando la situación se hizo insostenible porque las exigencias no le permitían estar con el tango todo el tiempo que él quería, decidió, en una elección que traía consigo riesgos económicos importantes, cambiar ese trabajo por el de enseñante de tango.

Ingresó enseguida en la Academia Dopazo, empleo que conservó durante dos años hasta que, en 1970, se independizó y asoció con su amigo Antonio Todaro, a quien había conocido en ese lugar. Abrieron juntos una academia de enseñanza de tango, en el barrio de Once y, un año más tarde, inauguraban otro local en Primera Junta.

Desde 1962, teniendo sólo veintiocho años, se presentó en varios cabarets y teatros y formó parte como primer bailarín, de las orquestas de Juan D’Arienzo, Osvaldo Pugliese y Miguel Caló.

En 1968, en su primera gira, viaja  con la orquesta de D´Arienzo a Colombia. A su vuelta, lo esperan muchas horas de clase en la academia y exhibiciones.

Por eso, en 1985, agotado con tantos requerimientos horarios, se separa de su amigo Todaro, dejando la academia. Después de esto, las giras se multiplican y las presentaciones también.

A partir de 1986, trabajando con Mariano Mores como bailarín principal y coreógrafo, recorre Europa y América.

Cuando le pregunto, intuyendo la respuesta, qué milonga frecuenta, me dice que desde 1991 no va a ninguna, salvo por algún reconocimiento.

Entonces, recordando respuestas de otras personas, equiparando situaciones y teniendo en cuenta trayectorias, confirmo que no es el único bailarín y maestro que “abandonó” la milonga; hay unos cuantos de ellos que han hecho lo mismo. Los alcanzó la saturación del baile, esa que pega fuerte cuando se hace presente, aunque a los milongueros, esto les parezca insólito.

Raúl acostumbra a contestar cuando lo invitan a una milonga: “Primero vamos a cenar por ahí y después, ustedes se van a bailar…”

Sin embargo, no corre el mismo peligro la enseñanza. Fue maestro de muchos bailarines que hoy recorren el mundo mostrándose y enseñando, como Guillermina Quiroga, Ruth Manonella, Gisel Avanzi, Carlos Copello, Damián Essel y Lucas Páez, por nombrar algunos.

Obtuvo premios y distinciones por su intachable trayectoria, como el premio “Estrella de Mar” al mejor bailarín y coreógrafo de la Compañía de Libertad Lamarque en 1989, el “Gardel de Oro” en 1974, en el rubro Mejor Profesor de Tango; y el galardón “Zapatos de Oro” en 2001, además de reconocimientos de la Embajada de Japón en Argentina.

La pregunta que sobrevuela mi mente y escapa de mi boca en ese momento, es por qué no da más exhibiciones; la respuesta me sorprende gratamente por la coherencia. Dice que no lo hace más, porque acepta la edad que tiene y quiere que lo recuerden como el bailarín que fue en sus mejores épocas.

Hoy busca que lo admiren como profesor de tango, con un recorrido a cuestas de más de cincuenta años. Por eso, su presente está dedicado enteramente a la enseñanza aquí y en el exterior, haciendo giras que, este año, lo llevarán a Polonia y a Rusia.

Su más grande placer, confiesa, es enseñar, y a eso le pone toda su energía y su indiscutible experiencia. Confirma, que no hay nada más gratificante y que llene de orgullo a un maestro, que ver a sus alumnos sobresalir entre los demás. Porque ése, es un triunfo de a dos.

-No anotaste nada, ¿qué vas a poner en la nota? me dice mientras se levanta de la silla.

-Lo que me contaste; simplemente

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