EVOCACIONES.
EVOCACIONES
Hoy a través del vidrio empañado de mi ventana,
veo la grisura del día y la tristeza del cielo, mientras huelo la lluvia que se
avecina.
Y puedo ver como si lo tuviera frente a mí,
aquel Boedo del ayer. Ese barrio de Boedo que fue un pedacito de cielo y tierra
que se desprendió irrespetuosamente del barrio de Almagro, en las postrimerías
del siglo XIX.
Desenfadado y desafiante, creció sin prisa pero
sin pausa, saltando por encima de bañados y quintas y enchastrándose sin
vergüenza en charcos y pastizales. Creció y creció hasta convertirse en un
barrio duro y sensible al mismo tiempo, poblado por criollos e inmigrantes que
a fuerza de sacrificios y laburo, fueron transformándolo hasta llegar a tener
el rostro inconfundible que tiene hoy.
Y de sus entrañas salieron, como estrellas
danzantes, un sin número de artistas con brillante creatividad. Jóvenes
rebeldes, idealistas maniáticos, sentimentalistas con espíritus altos que se
desparramaron por esos caseríos rurales, mostrando la bohemia que llevaban a
flor de piel.
Y rememorando aquel ayer, es imposible no
hablar de los Castillo, por ejemplo. Del José González Castillo, periodista,
compositor de obras de teatro y letras de tango y organizador incansable de
círculos literarios.
De su hijo Cátulo, uno de los más grandes
poetas quien, junto con su amigo Homero Manzi, fueron los hacedores
incomparables de maravillosos versos. Versos que hablaban de amores imposibles,
del barrio, nostálgicos, arrabaleros, viscerales. De José Bettinoti, aquel
payador inolvidable.
Y más, muchos más; genios reconocidos de la
pintura, la literatura, la escultura, la
música; esos a los que llamaban Artistas del Pueblo por haberse formado en
bibliotecas de izquierda, donde el énfasis estaba puesto en los problemas
sociales. De la amalgama fascinante de unos con otros y del incorregible afán
juvenil de ir tras los sueños imposibles.
Ana María
Navés
Comentarios
Publicar un comentario