LA GRAN TITA MERELLO.
Ana María Navés
LLAMARADA PASIONAL
“A todos los argentinos, les pido que no se olviden de mí.
“A todos los argentinos, les pido que no se olviden de mí.
Gracias por creer que soy más de lo que soy.
TITA 1999
Él, uno de
los actores cómicos pero a la vez más sensibles, mimados y queridos por el
público, hijo de inmigrantes italianos, nacido en el barrio de Caballito. Siendo
todavía un chico, debió radicarse junto a sus padres, en la ciudad de San
Pedro, donde trabajaban como actores. Ya adolescente, siguiendo el camino que
le habían marcado éstos, vino a Buenos Aires y comenzó a trabajar como payaso
en un circo.
Un tiempo más tarde, Luis Santiago Sandrini,
logró ingresar a la Compañía de Teatro Muiño-Alippi, dando sus primeros pasos como actor.
En dicha compañía y, en la década del 30´, es donde conoció a la actriz Chela Cordero,
la que luego sería su primera esposa.
A partir de
ahí, interviene en varias obras de teatro, donde se consagra en la actuación.
En 1933, con la irrupción del cine sonoro, tiene su gran desafío debutando en
“¡TANGO!”, la primera película sonora del cine argentino, dirigida por Luis
Moglia Barth. En ella, actuaban los actores, actrices y orquestas más
renombrados del momento, como Juan D’arienzo, Azucena Maizani, Pepe Arias,
Libertad Lamarque y Tita Merello.
Ella, Laura
Ana Merello, habiendo sufrido siendo muy pequeña la muerte de su padre y la internación en un asilo en Villa Devoto para
que su madre pudiera trabajar, tuvo una niñez triste, privada de cualquier juguete y de toda
muestra de cariño.
En su
adolescencia, todavía era analfabeta ya que había trabajado duro desde niña a
la salida del asilo, sin haber podido estudiar pero la suerte, o Dios como ella
decía, quiso que conociera a un redactor del diario La Nación, quien fue su maestro
a pedido de un benefactor, familiar del presidente Yrigoyen, de nombre Simón Yrigoyen Iriondo. Esto sucedió cuando Tita, como la había
apodado su madre, tenía veinte años.
A pesar de
este suceso que la benefició en grado sumo, esta alegría no le duró mucho, ya
que al poco tiempo, Yrigoyen Iriondo murió. Tita no tuvo ningún problema en
acudir a su velatorio, a pesar de saber que estaría rodeada de gente de la alta
sociedad que la criticaría y despreciaría, como realmente sucedió. Sin embargo,
Tita no podía dejar de estar cerca en su despedida de la vida, de aquel hombre
que se había preocupado tanto por ella y le había hecho tanto bien.
Sin embargo,
su juventud continuaba siendo complicada y su vida, cada vez más, se plagaba de
resentimientos hacia todos aquellos que le hacían todo tan difícil. Resultado
de esto, su carácter se fue haciendo fuerte, su actitud insolente, no dejándose
avasallar por nadie.
Su
personalidad dominante, confirmaba estar a la defensiva de cualquier hecho que
pretendiera hacer más difícil, esa vida colmada de vicisitudes y que, desde muy
chiquita, le fueron enseñando a transitarla de cualquier manera, con tal de
sobrevivir. Creció en la calle, sin ayuda de nadie, sin contención familiar y
sorteando siempre todos los escollos que se le presentaban.
Sus comienzos en el teatro fueron como corista en el Teatro Bataclán, en
la zona del Bajo Flores, catalogado casi como un lugar donde ir a buscar
prostitutas. Desde muy jóven, tuvo vínculos sentimentales con actores como
Arturo García Buhr, Santiago Arrieta, Juan C. Thorry, Luis Arata, Alfredo Alcón
y muchos más.
Tanguera hasta la médula, fue capaz
de inventar un camino que empezó cerca del puerto de Buenos Aires, en los bares
más sucios y de mala fama frecuentados sólo por hombres, hasta llegar a los
estratos más altos como cancionista de tango y del cine nacional.
Cuando por
fin pudo llegar a integrar las huestes
del Teatro Maipo, consideró que se había realizado su primer sueño. Y, entre
tanto sacrificio que tenía frente a sí, cantó su primer tango ante aquel
público: Trago Amargo. Su forma de cantar era diferente, exhibiendo una
interpretación arrabalera y transgresora, que fascinaba al público por su
insolencia.
Tal vez por
eso, es que fue convocada como actriz y cantante para filmar ”¡TANGO!” y es en
ese momento, a sus veintisiete años, cuando conoce a Luis Sandrini, quien sería
uno de sus compañeros en el rodaje. Sin embargo, recién nueve años después, la
relación sentimental que los unió fuertemente se concretó, aunque él seguía
estando casado.
En ese
tiempo, ya la Merello había entrado en la vorágine de la fama y había filmado
un número considerable de películas como Ídolos de la Radio, Don Juan Tenorio,
La Fuga, por nombrar sólo algunas.
Hicieron
giras juntos y esta relación, tumultuosa y visceral, donde la pasión y el amor
estaba por arriba de todo, fue la que
ella llamó “el único amor de mi vida”. Existieron muchas cartas, flores y
personas, que fueron testigos de aquel tiempo inolvidable e irrepetible.
Estuvieron más
de seis años juntos pero nunca se casaron y en 1948, cuando a Sandrini lo
convocaron para filmar en España, ella no pudo acompañarlo porque había
comenzado el rodaje de Filomena Marturano, la gran película que supo
protagonizar magistralmente y que la lanzó al estrellato. Parece ser que esa
separación, fue uno de los motivos que ayudó a provocar el final, pero no el
único. Un tiempo colmado de infidelidades por ambas partes, ensució con desencuentros amorosos, aquel amor
tan sublime.
Nunca,
ninguno de los dos, dijo por qué se separaron. Cada uno guardó, en lo más
profundo de su ser, el misterio de aquel amor que existió, pero que no pudo ser
eterno.
Al regresar
de España en 1949, Luis Sandrini conoció en “Cuando los duendes cazan
perdices”, obra que dirigía, a quien debía reemplazar a Malisa Zini: Malvina Pastorino.
Luis no había
reparado en ella; fue su madre quien le hizo notar lo hermosa que era la nueva
actriz que tenía un papel muy chiquito en la obra y, en 1952, se casa con ella
y tienen dos hijas.
Unos años
después, Tita sufre el exilio que la lleva lejos y es ahí donde escribe
Llamarada Pasional. Es el tango que le dedicó a quien fue el único amor de su vida. Ésta es la razón por la que nunca más
pudo relacionarse seriamente con ningún otro hombre, a pesar de haberlo
intentado. El recuerdo de la intensidad de aquella pasión, no permitió que
pudiera entregarse a otro amor sincero y auténtico.
Componer la
letra de ese tango, fue el desahogo y la
liberación del dolor terrible que sintió por esa ruptura, exteriorizando su
sufrimiento y el desasociego que todavía la invadía y que nunca la abandonó.
Con un desborde de emociones, logra describir las sensaciones que lastiman su
alma y desangran su corazón.
“la
voz de un hombre me persigue en el recuerdo, en el recuerdo tormentoso del ayer.
Era una voz que suplicaba a mi conciencia, que fuera
buena, que lo quisiera bien.
Son mis sentidos
que te gritan que regreses, es mi tormenta la que aflora con tu voz,
Es llamarada el quererte y no tenerte, saber que late
para tí mi corazón
En 1972, publica
su único libro llamado La calle y yo,
donde da consejos a las mujeres para construir una vida plena de afectos, una
familia y el reencuentro con Dios. En la década del 80´, Tita ya contaba en su
haber con más de treinta películas filmadas, cuyos papeles protagónicos dejaban
al descubierto a la increíble actriz que jamás había pisado una escuela de
actuación.
Filomena Marturano, Arrabalera, Mercado de
Abasto, Guacho, La Morocha, La Madre María, los Miedos, son algunas de ellas.
Había recibido muchas distinciones en reconocimiento a su brillante trayectoria
actoral, algunas en efectivo, dinero que donaba a la Casa Cuna.
En 1980,
cuando Luis Sandrini fallece, Tita no va ni al velatorio ni al entierro, pero
sí reza por él todo el tiempo.
Es ahí donde empiezan
las largas horas de reclusión en su departamento, con indicios de depresión,
hasta que en 1985, se retira del cine. Hace algunas cosas en televisión, en
radio, algunas entrevistas a actores muy queridos por el público, pero la
visión retrospectiva de su vida y teniendo como compañía sólo a Corbata, su
perro viejo y a la soledad, la sume en un oscuro túnel de tristeza y
desolación,
Su salud
sigue empeorando lenta pero progresivamente y se concentra en la búsqueda de
Dios. En 2002, a los noventa y ocho
años, muere en el Instituto Favaloro,
donde vivía desde 1998, a pedido del eminente cirujano cardiovascular y con el
cuidado constante de los médicos de la institución.
Tita había dicho a varias personas, que este
cuidado que tenía que tener con las arterias de su corazón, se debía a ”haber amado tanto"
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