MISCELÁNEAS.

MISCELÁNEAS


El aterrizaje  en el Aeropuerto Internacional José María Córdova, provocó que los latidos de mi corazón se aceleraran o al menos, se hicieran notar.
Estaba pisando ese suelo emblemático, poblado por gente que, además de gustarle las danzas caribeñas, apuestan al tango.
En realidad, no es nada fácil describir lo que se siente al descubrir, sorpresivamente, que los colombianos a los que les gusta el tango, son casi fanáticos de él.
Esto no lo descubrí en el primer momento, sino con el correr de los días, escuchando, observando y comparando sus actitudes con las de otra gente de otros lugares, bajo una mirada sociológica de la cual no me puedo desprender.
Estoy bastante acostumbrada, como porteña, bailarina y escritora, a toparme en las milongas de Buenos Aires con turistas de diferente procedencia.
Estos lugares son para ellos el espacio que, año tras año, como un imán, los hace volver a estas tierras ubicadas donde  termina el mapa.
Mi país es un lugar donde el tango pisa fuerte teniendo en cuenta sus orígenes, sus orquestas, sus compositores y sus poetas quienes, según la intransigencia de los  acérrimos  defensores de aquel tiempo pasado y sus protagonistas,  no tienen repuestos.
Falacia pseudo-filosófica, subrepticiamente instalada en las mentes estructuradas, cuyas convicciones esquematizadas producirán como consecuencia, un futuro no muy promisorio para el tango por venir.
Esto es lo que muestra el milonguero de Buenos Aires, asiduo concurrente a las milongas las que, en su afán por no extinguirse y seguir existiendo pobladas de pasado y de códigos, de modelos y costumbres, ni se les ocurre pasar música de los últimos años de Piazzolla o de algunos cantores como Julio Sosa, el polaco Goyeneche o Carlitos, porque su concurrencia disminuiría.
En Medellín, con asombro indisimulado, empecé a escuchar comentarios que fueron una revelación para mí, teniendo en cuenta los preconceptos sobre el tema que había llevado cargados en mi mochila.
Desde mi escucha generosa, pude captar, sopesar y comparar, actitudes de aquí y de allá y comprender que las diferentes idiosincrasias de estos dos países, marcan una gran diferencia en las formas de pensar, ser y sentir.

El milonguero de Buenos Aires, con su forma de ser innata e irremediablemente machista, la que todavía no ha podido superar, ubica al tango en un lugar muy importante de su vida, pero siempre detrás de él.
El hombre colombiano, con su temperamento evidentemente distinto, respetuoso, galante y de bajo perfil, pone al tango delante de él.
Son dos posiciones diría yo, casi opuestas. Dos posturas inmersas cada una en una idiosincrasia diferente, con consecuencias distintas y resultados desiguales.
Uno de esos resultados, es por ejemplo el grado de trascendencia que dan las autoridades de cada país a los eventos de tango.
Otro, la importancia con que la sociedad toda recuerda los aniversarios de los grandes del tango, insertos en diferentes momentos de su historia.
Me llamó la atención el despliegue inusual, o mejor dicho, al que no estoy acostumbrada a ver, en el Aeropuerto Olaya Herrera el domingo 24 de junio.
Todo el aeropuerto se vistió de fiesta con una muestra de pintura que se extenderá hasta fines de julio, una orquesta fantástica uruguaya y tres cantantes, que no escatimaron ni tiempo ni voz,  para celebrar al máximo ese evento, con calidad y calidez sin igual.
Cuando regresé a mi  país, gente de mucha trayectoria en el medio porteño, me comentó que para el 24 de junio en Buenos Aires, se habían organizado algunos (pocos) eventos para conmemorar el aniversario de Gardel pero que, aunque las invitaciones se habían cursado por redes sociales, habían tenido respuesta casi nula.
Otra diferencia notoria que descubrí en mi estadía en Medellín, fue que en las milongas de Buenos Aires donde los milongueros van a bailar, cualquier cosa que impida o suspenda el baile, no es bienvenida (ej. Una exhibición de baile o la presencia de un cantante).
Curiosamente en Medellín, es ovacionada cualquier muestra artística en una milonga, aunque interrumpa el baile; la diferencia consiste en que ese mini evento, no es considerado una interrupción sino un complemento que embellece la milonga.
También sucede allí, que casi todas (si no todas) las parejas, se sientan juntas y no en mesas separadas, y no tienen problema alguno en bailar ambos con otras personas.
En Buenos Aires, en general, aunque hay algunas excepciones, los dos integrantes de la pareja, se sientan en mesas separadas. Las milongueras aducen que, si se sientan con su pareja, ningún hombre las sacaría a bailar. Y esto es cierto; se crea un contrato tácito entre hombres, que indica que, si alguno está sentado junto a una mujer, aunque éste baile con todas las damas presentes, los demás milongueros por respeto a él, no  sacan a bailar a su compañera.
Ese resultado surge de los antiguos códigos tangueros, donde la mujer estaba obligada a esperar (a veces sin suerte) a que el hombre decidiera sacarla a bailar.
La elección siempre era derecho del hombre y ella debía soportar la subordinación a él, como en todos los otros órdenes de la vida.
Pero eso era así en 1900 y lo fue en nuestra sociedad, durante mucho tiempo después. Por suerte, cabalgando sobre el siglo veintiuno, ya no lo es más… Salvo en el tango.

Ana María Navés  - 2012

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