TRES MINUTOS EN EL PARAÍSO

                                                                                           
                                             Extraído del libro DESDE EL ALMA

                                           
         

Sus ojos estaban fijos en mi pelo. Luego, lentamente se posaron en mi boca, en mi cuello, en mi cintura. La música comenzó y el ensueño sobrevino.
Su cercanía me apuraba a respiración,  los latidos   de mi corazón sonaban tan fuerte que me daba la sensación de que toda la gente que estaba allí los escuchaba. Un temblor se expandía a lo largo de mi cuerpo incesante, acompasado, interminable, loco... El entorno había desaparecido; aunque había mucha gente no la veía, no la sentía, no nos rodeaba. Toda esa multitud había dejado de existir para mí. Estábamos solo él y yo; éramos solamente uno. Sentía su mano en mi espalda provocándome escalofríos alucinantes y el calor de su aliento sobre mi cara me encendía el rostro.
Los ojos cerrados  me dejaban imaginar exclusivamente lo que yo quería; era dueña absoluta de todo un universo que me inundaba de placer, de sensualidad, de ansias de que no terminara nunca, de dicha.
La música cosquilleaba mis oídos haciéndome sentir plena, grandiosa, omnipotente, dueña del mundo, de mí y de él.
Todo lo que me rodeaba formaba un marco invisible y exótico que me transportaba por caminos laberínticos hacia un mismo lugar, el lugar donde quería estar, y el aire que me envolvía me contenía, me poseía. Era como si ambos flotáramos dentro de una nube que nos separaba del mundo y a la vez, nos incluía en el universo dantesco donde las estrellas nos alumbraban haciéndonos perder en la noche.
El momento era sublime y etéreo y el campo magnético estaba delimitado por su cuerpo y el mío. La sensualidad se había adueñado de mí y tenía la sensación de no poder responder a otro mandato que el de la suya. Nada ni nadie podría sustraerme de ese estado donde la saciedad no tenía fin; ésa era mi sensación.
Un minuto después, mientras su mano ejercía una levísima presión en mi espalda desnuda, la música cesó. Abrí los ojos como descubriendo por primera vez el mundo y me dí cuenta que ese tango y su fascinación, habían terminado.
Ana María Navés.                                                                                                 

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