ANIBAL TROILO - EL CADENERO


EL CADENERO - Art. publicado en Palabra Santa

Respetado y amado como músico y buena persona según quienes lo conocieron y trataron de cerca, Aníbal Troilo dijo alguna vez que agradecía haber nacido en Buenos Aires.

“Responso” y “Sur”, fueron sus más caras creaciones y las preferidas de mucha gente, amalgamadas como estaban con la fascinante y visceral poesía de Homero Manzi, su amigo del alma a quien admiraba. Su legado es de más de sesenta obras, una más exquisita que la otra.

Su padre, carnicero para todos pero cantor y guitarrista para los amigos, le había puesto un sobrenombre igual al de su mejor amigo: Pichuco.

Después de la muerte de aquel, recibió como regalo de su mamá en su cumpleaños número 10, su primer bandoneón. Lo llamó “cadenero” y lo guardó como un tesoro, toda su vida.

En su niñez, rodeado siempre por músicos amigos de su padre, Pichuco jugaba a que la almohada de su cama, era un bandoneón. La ponía sobre sus rodillas y la apretaba en sus extremos, fingiendo que tocaba. Hasta que un día, cuando tenía nueve años recién cumplidos, pudo acariciar “sin permiso”, el bandoneón que había dejado un músico sobre una silla, en una reunión en el Hipódromo Nacional, a la que había ido con su madre.

Por eso, un año después, ella había elegido ese instrumento, como regalo de cumpleaños.

El 11 de julio, fue institucionalizado en Argentina como Día Nacional del Bandoneón y postulado para que la UNESCO, lo declare Día Internacional.

Mientras tanto, en este año en que se cumple un siglo de su nacimiento, más de 100 ciudades de todo el mundo lo homenajean. En Nueva York, Roma, París, Sidney, Pekín, Querétaro, Valparaíso, Tokio, Medellín, Estambul, etc., han ofrecido y ofrecerán hasta fin de año, homenajes a cargo de todos los grandes del tango, ya sean músicos, bailarines o cantantes.

Es la primera vez que un homenaje se materializa durante un año entero, con shows, milongas, libros, discos y toda clase de manifestaciones artísticas.

“Yo sé que la gente me quiere, no sé si soy un ídolo” dijo en algún momento aquel hombre. Aquel gordo bueno que se emocionaba cada vez que hacía nacer una nota quejosa de su bandoneón mágico. Y todo ese ensueño lo vivía fantásticamente, con los ojos cerrados.


 Ana María Navés – 




Comentarios

Entradas populares