MAMMA, MOTHER, MADRE, IDISHE MAME, MERE, OKAASAN, MUTTER, MATKA, UMM


ARTICULO PUBLICADO EN "La Porteña Tango"

Era la exaltación de la madre, un tema reiterado frecuentemente por los letristas de tango. En la década infame, cuando las condiciones de vida imperantes de la clase trabajadora, eran casi insoportables, surge como resultado, el engrandecimiento de la figura materna.

En algunos casos, ante la falta de trabajo del hombre, único sostén de la familia, o frente a la viudez de la mujer, la única solución posible era conseguir un trabajo como lavandera de las familias acomodadas.


Lavaban y planchaban la ropa de otra gente para poder darle de comer a sus hijos. También ocurría que, cuando el salario del hombre era demasiado magro, el trabajo de aquellas mujeres ayudaba a la manutención de la familia.

Esta valoración del amor materno, ponderado y reconocido en tantos tangos, conforma toda una estructura que la identifica.

En muchas letras, se compara a la madre con la mujer infiel que engaña al hombre o lo abandona. En este caso, la madre se ve enaltecida confirmando así, que solamente “ la madre no engaña, ella sólo es pureza”

La pobre viejita, la madrecita buena, mi madre querida, sólo una madre nos perdona, etc., son las frases más comunes que adornan las letras de tango, remarcando las diferencias abismales con las demás mujeres.

La figura materna alcanza un alto significado desde el momento que responde, invariablemente, a la suma de valores morales incomparables. Esto se hace mucho más evidente cuando, por los avatares de la vida, ese hijo ya adulto, regresa al hogar materno, “vencido y en busca de perdón y contención”.

Ese hijo que pide perdón, por haberla “dejado”, para ir en busca de la mala mujer que lo engañó.

En las letras tangueras, el padre no existe y hay varios motivos que fundamentan esto. Uno es aquel que cambió a su familia por una dama non sancta que lo alejó con sus artimañas, de la compañera buena, trabajadora y madre ejemplar. Otro ejemplo, era cuando los hombres de los cuales se enamoraban estas mujeres y con quienes tenían descendencia, eran en su mayoría inmigrantes casados que habían podido realizar por fin el sueño de traer a sus esposas, quienes habían quedado en su tierra natal durante un largo tiempo, en espera del llamado de sus maridos.

Ante esta situación, estos hombres no se hacían cargo de los hijos que hubieran podido procrear en Argentina mientras estaban solos, antes de la llegada de sus familias. Así es que en esa época, había muchas madres solteras, a las que no les quedaba otro remedio que ejercer el doble rol de madre-padre.

Tengamos en cuenta también, que los inmigrantes habían llegado a Argentina trayendo consigo su cultura y sus costumbres, que resaltaban los valores de las madres judías e italianas.

Y estos hijos no reconocidos por sus padres, fueron criados por estas súper-madres, que supieron aguantar el chubasco y el repudio de la sociedad. Además, supieron salir adelante como pudieron, haciéndose responsables de esos hijos sin padre.

El tango entonces, las adoptó como protagonistas y las convirtió en esas abanderadas venerables y sufridas que hoy, viven en las letras de tango con su integridad indiscutida y su currículum intachable y enaltecido. Abanderadas que, en mayor o menor grado, sufrieron y lucharon para darles la mejor vida posible a sus hijos.

Sin embargo, hubo algo que empañó toda esta escena. Estas madres, ocupadas a más no poder por la supervivencia de sus hijos, no podían controlarlos de cerca y más de uno en su adolescencia, terminó detenido por sus no del todo buenos comportamientos y malas amistades.

El letrista Arquímedes Arci, de la generación del 25, en el tango Consejo de Oro, dice:

“Fui creciendo a la bartola y en mis años juveniles,

Agarré por el camino que mejor me pareció

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De engreído me hice el guapo, me encerraron entre rejas

y de preso ni un amigo me ha venido a visitar

Sólo el rostro demacrado y adorado de mi vieja,

se aplastó contra las rejas, pa’ poderme besar.

Es así que la madre, esa que estaba fuera de la categoría de “las mujeres”, continúa protagonizando aquellas letras de tango que la enaltecieron. Esto fue posible, seguramente, porque la vara con la cual se la midió, siempre estuvo ubicada en un lugar de victimización, no siempre cercano a la realidad.
Ana María Navés.

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