ENTREVISTA A MARIA Y CARLOS RIVAROLA
Ana María Navés.
Cautivante como siempre, María,
la poseedora de esos ojos increíblemente diáfanos que hacen que cueste desviar
la mirada, tal vez portando una máscara de mujer distante que no logra
convencer y dueña absoluta de un poder de síntesis envidiable a la vez que congruente,
mueve con gesto pensativo la cucharita dentro de una taza de café humeante. A
su lado, elegante, sereno, agudo en sus apreciaciones y claro y terminante
en los conceptos, está él. Juntos componen una de las pocas parejas
emblemáticas del mundo del tango en Argentina. Son los Rivarola.
La charla en un café del Abasto
comienza amable y placentera con comentarios sobre la realidad tanguera de hoy,
pero deriva al poco tiempo en algunos
temas que, quizás no por muy mentados, sean difundidos.
Con preocupación e inquietud
evidentes y, como si reflexionara para sus adentros, Carlos habla de la
desprotección de los artistas del tango (léase músicos, bailarines, escritores,
cantantes). Primero en general, luego no tanto, va profundizando cada uno de
los puntos abordados.
Viviendo en las tierras que
vieron nacer esta música y esta danza y, habiéndose logrado que se distinguiera
al tango como “patrimonio intangible de la humanidad”; viendo el interés que causa en el mundo,
teniendo en cuenta que montones de extranjeros llegan a nuestro país para
conocerlo en todas sus formas, quedan inmersos en la neblina muchos temas,
dando lugar a profundos interrogantes.
Si se pretende que el tango no
muera y sea cada vez más acreditado, a quienes realmente habría que cuidar, es a esos artistas que lo
llevan en sus mochilas hasta los lugares más recónditos del planeta.
A quienes lo cantan, a quienes lo
enseñan y lo bailan profesionalmente, a quienes transmiten conocimientos, a quienes nos deleitan con compases
inolvidables, a quienes, en definitiva, son los embajadores del tango en el
mundo.
¿Cómo es posible que el conserje
de un hotel que recomienda un lugar con show a los turistas, o el taxista que
los lleva hasta allí, cobren por persona lo mismo que un artista gana por noche
y a veces más?
¿Puede ser que las agencias de
turismo se lleven la mitad de lo que cuesta un show de tango con orquesta,
bailarines y cena incluida sólo por llevar a la gente a ese lugar?
¿No es injusto - dice Carlos –
que quienes son los verdaderos representantes en el exterior sean los menos
reconocidos por el país donde nacieron (salvo excepciones)?
Ahora que el tango se desparramó
por el mundo y eso es lo bueno - acota María - , nadie se acuerda de Segovia
quien, al fin de cuentas, fue el mentor indiscutido de esta movida que, como
broche de oro, obtuvo el resurgimiento del tango con Tango Argentino.
Al hablar sobre las giras de la
mayoría de los bailarines, queda muy claro que deben dar clases o seminarios
para solventar gastos de pasajes y demás porque, salvo excepciones, ellos deben
costear unos cuantos gastos.
Convienen que hay mucha
arbitrariedad y despreocupación por parte de algunas esferas gubernamentales
quienes, como en un discurso aprendido de memoria, repiten hasta el cansancio que “hay que cuidar
al tango” y no se dan cuenta, que el
tango se cuida solo y a quienes hay que asistir es a aquellos que sí están
encargados de velar por él.
Más tarde, la conversación se
desvía hacia otros lugares también inhóspitos pero tal vez más concretos por la
cercanía, como las milongas y la enseñanza.
En cuanto a las primeras,
coincidieron ambos que se perdió en el tiempo el respeto por el otro, en la
pista y en la pareja.
En la pista porque a la mayoría
de los hombres no les importa si chocan o empujan a otros; van a las milongas sin haber aprendido a
bailar, por lo que su baile está lleno de desprolijidades que acarrean a veces,
serios inconvenientes. Respecto de las
ocasionales parejas de la milonga, algunos no cumplen con los requisitos
mínimos de esmero en su forma de vestir. Usan zapatillas, jeans, remeras o
camisas fuera del pantalón.
Muy por el contrario y salvo
alguno que otro caso aislado, la mujer se preocupa, invariablemente, por estar
no sólo presentable sino que dedica tiempo y dinero a la elección de su
vestuario para ir a bailar.
Ahí es donde se ve la falta de
consideración del hombre, pero parte de
la responsabilidad de que esto suceda, es de la mujer, sin duda, dice Carlos.
Ellas debieran negarse a bailar con quienes estén vestidos en forma impresentable
o con quienes no sepan bailar. Esta afirmación sale categórica de su boca,
aclarando que si las mujeres tomaran esa actitud, ellos se preocuparían por
aprender o, por lo menos, por bailar un
tango digno.
El último tema charlado un rato
más tarde, fue el de las cada vez más habituales incapacidades
de algunos enseñantes que, después de ser alumnos por poco tiempo, pretenden
dar clases sin prurito ni preparación alguna. Desestiman a los grandes maestros
y, muchas veces, ganan más que aquellos
enseñando.
Todas cuestiones éstas, que
requerirían una mirada un tanto diferente con la sana intención de modificar
algunos problemas irresueltos.
Había llegado el fin de una entrevista sabrosa e inteligente y, al despedirme de
ellos, me puse a pensar mientras caminaba por Corrientes.
Hace bastantes años que el tango
abandonó el clisé de barrio para transformarse en una manifestación que pasea
por muchos países sus movimientos, sus palabras y su música. Y los artistas,
que son idealistas empedernidos y lo serán por siempre, los cuiden o no, y
aunque muchos sólo ganen para sobrevivir, seguirán entregándole al tango sus
vidas, incondicionalmente.
María y Carlos Rivarola, estos
bailarines notables y reconocidos que deleitan con su baile distinguido y
señorial y que hace tantos años caminan por la vida de la mano, tienen muy en
claro todas estas cuestiones.
Sin embargo, su pasión inalterable por la esencia tanguera,
hace que continúen recorriendo este camino que quizás nunca, cambie de rumbo.
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