ANIBAL (PICHUCO) TROILO.
Ana María Navés
EL CADENERO
Respetady amado como músico y
buena persona según quienes lo conocieron y trataron de cerca, Aníbal Troilo
dijo alguna vez que agradecía haber nacido en Buenos Aires.
“Responso” y “Sur”, fueron sus más
caras creaciones y también las de mucha gente, amalgamadas como estaban con la
fascinante y visceral poesía de Homero Manzi, su amigo del alma a quien
admiraba. Su legado es de más de sesenta obras, una más exquisita que la otra.
Su padre, carnicero para todos pero
cantor y guitarrista para los amigos, le había puesto un sobrenombre igual al
de su mejor amigo: Pichuco.
Después de la muerte de aquel,
recibió como regalo de su mamá en su cumpleaños número 10, su primer bandoneón.
Lo llamó “cadenero” y lo guardó como un tesoro, toda su vida.
En su niñez, rodeado siempre por
músicos amigos de su padre, Pichuco jugaba a que la almohada de su cama, era un
bandoneón. La ponía sobre sus rodillas y la apretaba en sus extremos, fingiendo
que tocaba. Hasta que un día, cuando tenía nueve años recién cumplidos, pudo
acariciar “sin permiso”, el bandoneón que había dejado un músico sobre una
silla, en una reunión en el Hipódromo Nacional, a la que había ido con su
madre.
Por eso, un año después, ella había
elegido ese instrumento, como regalo de cumpleaños.
El 11 de julio, fue
institucionalizado en Argentina como Día Nacional del Bandoneón y postulado
para que la UNESCO, lo declare Día Internacional.
“Yo sé que la gente me quiere, no sé
si soy un ídolo” dijo en algún momento aquel hombre. Aquel gordo bueno, que se
emocionaba cada vez que hacía nacer una nota quejosa de su bandoneón mágico.
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