EL TRUEQUE.

 

 

Ana María Navés.                                                                          EL TRUEQUE

                                                                                          

¿Cuál es la particularidad individual de un milonguero? Sin duda, la libertad con que se identifica, quizás, exageradamente. Ese estado increíblemente valioso que lo remonta a sus orígenes, cuando nadaba sin presiones ni obligaciones en el tibio líquido amniótico del vientre de su madre. Esa sensación incomparable de omnipotencia, cargada de placeres mentales y de los otros, y exacerbada por la imperiosa necesidad de ser. Esa corriente eléctrica que recorre parsimoniosamente el cuerpo y lo hace sentir pleno.

La libertad que defienden a muerte los hombres y las mujeres del tango les es imprescindible, pero no se queda solamente ahí; es generadora de otras sensaciones que la acompañan y marcan un camino que, en la mayoría de los casos, no tiene regreso,  y del cual no podrán alejarse jamás.

Ellos inventan y actúan una actitud rebelde y, aunque sepan que la compañía de una pareja sería beneficiosa en todo sentido, no lo reconocen y se empeñan en vivir en soledad. Sacrifican una vida tranquila en compañía, con valores, con afectos, con deseos, con contención, con proyectos alcanzables, a cambio del hecho de vivir en completa libertad. Es una especie de desafío interminable que se convierte en provocación al destino, mezclado con algo de miedo ante la duda de la equivocación. Pero no se echan atrás. Los milongueros y milongueras defienden su bandera de la libertad por sobre todas la cosas y sólo ellos saben por qué.

El motivo fundamental de esta batalla, a la cual ya están acostumbrados y a casi todos les ha dejado heridas imborrables y cicatrices en las profundidades del alma, es el temor atroz a perder la libertad. La sabiduría de la experiencia que respalda esta aseveración bordea los límites de la razón y se asienta sobre el rumbo elegido, que es casi imposible de modificar.

La gente de la milonga, en su mayoría, quiere ser libre como el viento y sabe que para eso tiene que sacrificar algo y lo acepta. El resultado está a la vista y el trueque ha sido libertad por soledad. La una, independencia para con el afuera; la otra, carencia de compañía. Esa compañía que, eventualmente y sólo eventualmente, se acercará a transformarles el presente por un breve tiempo, pero poco después partirá, inexorablemente, en busca de individuos tal vez, no tan libres o con no tantas ganas de serlo…

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