ENTREVISTA A AURORA LUBIZ .
Ana María Navés.
Me recibe en su estudio, un
acogedor lugar en el centro de Buenos Aires que emana quietud. Allí, los
duendes del silencio se dan el lujo de bailar, acompañados por violines, la
melodía de un tango lento que sale de algún rincón. Parece ser un espacio
íntimo y muy suyo, cargado de una energía que custodia celosamente. En un clima de contención y decorado sólo con
algunos posters que la muestran bailando en alguna pose atractiva y sensual,
invita al sosiego.
El espejo que cubre una de las
paredes, refleja impiadoso el verde manzana de las cortinas que cubren las
ventanas, por donde una claridad etérea, penetra. Es un lugar pleno de luz que
brota de no se sabe dónde. Un cortinado rojo muy oscuro, separa del resto, el
lugar donde espero. Y Eos, la Diosa griega del amanecer, está allí. Aurora Lúbiz está allí. Se muestra como una
mujer inquieta pero al mismo tiempo rezuma una seguridad interior envidiable.
Veo como cambia sus zapatos de baile por unas zapatillas, se acerca y se
acomoda sobre un butacón, a la vez que logra sorprenderme con su sencillez.
Comienza a hablar con un tono de
voz que invita a escuchar atentamente. Habla sobre sus estudios de danzas
clásicas, el Teatro Colón y su presencia como profesional en el ballet del
Chúcaro y Norma Viola. Esos habían sido sus pasos anteriores al descubrimiento
del tango. Mientras forma parte de ese ballet, su director convoca a “El
Alemán”, el bailarín Roberto Tonet, para que se encargue de enseñar tango a
esos alumnos y es precisamente éste,
quien acompaña a Aurora a descubrir ese lugar asombroso y excitante, en que se transforma una milonga cuando se la
visita por primera vez. Con los miedos, las inseguridades propias de la ocasión
y una expectativa tal vez inexplicable, Aurora entra en el mundo del tango, por
la puerta de la danza.
Más tarde, ya cuando el tango contabiliza
otra devota incondicional, se vuelca al aprendizaje comprometido con diferentes
maestros como Pepito Avellaneda, Antonio Todaro y Margarita Guillé. Pero
también aprende en la milonga; es más, según sus propias palabras, “me hice en
la milonga”- dice. El año 1987 la ve partir en su primera gira y es allí donde
comienza su trayectoria como bailarina y coreógrafa, roles que sigue
cumpliendo, así como también el de enseñante.
Desde hace tres años protagoniza
con Luciano Bastos, “Café de los Maestros”. Junto a cantantes y músicos,
integran el elenco de la obra que los ha llevado a recorrer Hong Kong, Seúl,
Singapur y Brasil. Hay un proyecto en vista del cual no quiere todavía hablar,
pero por el que se muestra muy entusiasmada, esperando su concreción. Su
presente está conformado por clases,
giras y mucha lectura. Su crecimiento
personal fue impulsado a partir de un quiebre producido en su vida emocional,
hace un tiempo. El resultado fue haber
tomado la decisión de que, de ahí en más, sólo compartiría momentos con gente que
vibrara con su misma energía, cuidando al máximo la calidad de su entorno. Aquel
había sido un tiempo de elecciones de vida y ahora, sólo camina por el mundo en
busca de paz; lee al Dalai Lama y disfruta con su filosofía
y sus enseñanzas. Y el contexto dentro del cual se mueve, reúne las condiciones
que ella pretende para su desenvolvimiento.
Hace veinte años que da clases grupales
y privadas y, atendiendo a sus estudios de sociología y didáctica, ofrece a los
alumnos una mirada completa y amplia sobre el mundo del tango, enseñando su esencia
y tratando de que conozcan cuáles fueron las orquestas y cantantes que lo
representaron y lo hacen actualmente. Su deseo es que se involucren en el mundo
del tango en toda su dimensión y hacia allí, enfoca la enseñanza. No está de
acuerdo con los alumnos que deambulan por montones de profesores, tomando una
clase con cada uno; esa inconstancia no
conduce a ningún lugar ni aporta ningún beneficio al aprendizaje; muy por el
contrario, esta manera de proceder, va en detrimento del resultado final.
Más tarde, divagando un poco
acerca de algunas actitudes de los tangueros, Aurora los divide en hombres
democráticos y tiranos. Los primeros, son aquellos que permiten que la mujer se
exprese y pueda crear a la par de él, su danza, nacida de las sensaciones que
la embargan. Son aquellos que no olvidan que la mujer en el tango, no solamente
debe acompañar al hombre, sino poner de sí toda la emoción, el sentimiento y la
creatividad, de que sea capaz. Los segundos, son los que deciden desde el
principio al fin del tema, qué debe hacer la mujer y que no; quitándole toda
oportunidad de expresión a su compañera y coartando su derecho a crear. Dice
también que, una buena milonguera, es aquella que puede adaptarse a esas dos
clases de hombres y a todos los estilos; después llegará el momento en que cada
mujer decidirá con quién volverá a bailar y con quien no, dependiendo de sus
gustos y del grado de necesidad que tenga de expresión.
Un tiempo atrás, una amiga le
insistió para que volcara en algo interesante su capacidad creativa innata. La
convenció y, después de seguir sus consejos, Aurora disfruta hoy con su “tienda”.
Así es como le gusta llamar a la colección de zapatos y ropa que diseña
personalmente, junto con la selección minuciosa de cueros y telas. Exhibiéndose
y de muchos colores y modelos, reposan sobre una estantería, los zapatos que
algún día pisarán las pistas milongueras o algún escenario al otro lado del
planeta, al igual que las ropas exquisitas que, orgullosas, cubrirán el cuerpo
de alguna bailarina de tango, tan seductora como lo que lleva puesto.
Y Eos baila; baila y disfruta,
baila y entrega todo de sí, demostrando que bailar, no solo es moverse con
técnica al compás de la música, sino hacer que los duendes del alma, se asomen mostrando
la verdadera emoción que embarga a cada bailarín.
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