ENTREVISTA A LOURDES BIANCHI



 

 

 LOS CISNES QUE ABRAZAN                                                                                    Ana María Navés

Delgada como una brizna, con la piel transparente y traslúcida como el jugo de las uvas de la provincia cuyana donde nació y sin una gota de maquillaje, me abre la puerta de su casa. Poseedora de una sonrisa que no se atreve a desaparecer de su rostro durante todo el tiempo que estamos juntas, Lourdes comienza a contarme algunos hechos de su vida profesional, y un poco de la otra.

A pesar de su juventud, tiene en su haber una larga carrera que comenzó a los cinco años. A esa edad  su mamá, una famosa modelo, decide llevarla a aprender danzas clásicas. A partir de ahí compartió gozosa con sus maestras de baile, muchísimas horas que se transformaron en días y años repletos de experiencias, una más importante que la otra.

Sus estudios y sus trabajos, muestran una diversidad pocas veces vista y una marcada curiosidad por lo diferente, lo nuevo y lo desconocido. Vive de desafío en desafío pero se la nota segura de sí misma y dispuesta al cambio constante, actitud que ha sabido incorporar a su forma de ser.

En 1997, a pesar de sus pocos años, ganó un concurso de danzas en Argentina cuyo premio era una beca para un viaje de estudios a Francia, donde recorrió varias ciudades y volvió con un bagaje adicional muy importante, después de haber intervenido en varios eventos en diferentes ciudades.

En 2004 comenzó a aprender a bailar tango, esa danza que siempre la había intrigado, en la Academia de Mayoral y Elsa María y en 2010, salió de gira con sus maestros a México.

Fue contratada como bailarina solista para documentales que se filmaron en Chile y en Austria y fue estando allí, donde le llama poderosamente la atención la limpidez y transparencia de sus lagos, poblados de familias de cisnes.

Desde su vuelta de ese país, su manera de saludar tiene una impronta diferente y cada vez que lo hace, regala “abrazos de cisne tanguero”. Considera que los cisnes, con sus alas desplegadas, pueden brindar abrazos increíblemente contenedores.

Guarda todas las zapatillas rotas y viejas que ha usado en sus prácticas y actuaciones, porque tienen para ella una carga emocional muy grande y son testigos mudos pero indiscutibles, de su transcurrir en la vida y en los escenarios.

Ha leído mucho y eso se advierte sólo con escucharla hablar. Aunque es más bien parca en su decir, su discurso denota información, deducción y pensamiento propio.

Es creadora de una idea filosófica  “Lourdiana”, como le gusta llamarla, que pone al descubierto lo más profundo de su ser: la denomina “triple metamorfosis escénica”. En ella, describe las sensaciones que la atrapan antes, durante y después de cada actuación. Dice que, antes de subir al escenario, mientras está en su camarín maquillándose, percibe miedos y ansiedades que sabe a ciencia cierta, que desaparecerán cuando suba a escena. Sin embargo, están allí presentes.

 

Un sinfín de emociones la recorren durante el tiempo que dura la danza, ese tiempo de exposición y concentración absoluta que merece toda su pasión y su entrega. Es ese tiempo del compromiso contraído con el público y con ella misma.

Y cuando esa segunda etapa llega a su fin, ya fuera de las luces del escenario, dos clases de sensaciones la invaden; la felicidad infinita por haber salido triunfante de ese desafío,  y una tristeza mansa, al entender que la función ha terminado. A partir de ahí, todo es un volver a empezar.

Ha obtenido el título de Licenciada en Artes, en la U.B.A. y ha realizado numerosos cursos y seminarios. Como un caracol, carga a cuestas pero con mucha alegría, responsabilidad y orgullo, veintinueve medallas de primeros puestos y varias medallas de oro como bailarina clásica, ganadas en concursos nacionales e internacionales; Lourdes Bianchi posee una trayectoria indiscutible.

Atesora folletos, programas y fotos de cada una de sus actuaciones de aquí y del extranjero y convive placentera y celosamente, con montones de fotos colgadas sobre las paredes de su living.

Da clases de danzas clásicas y arma sus propias coreografías, que tienen mucho que ver con las emociones que le produce la música. Escucha los sonidos y crea el movimiento que expresa su sentir.

 Pero lo más atractivo del trabajo de Lourdes, es su creación sorprendente de bailar tango en puntas de pié. Este espectáculo inmerso en un brillo intenso, lo ha presentado en varios teatros y en televisión.

Muchas veces improvisa; otras, baila con coreografías, pero siempre con una obsesiva creatividad y buscando en todo momento, la verdadera esencia de la música.

Fusiona increíblemente danza clásica con tango; integra a Bach con Piazzolla convirtiendo esa mixtura en una delicia fascinante   y engalana, con un halo de singularidad, su tango en puntas. Evidencia sin excusas, un inimaginable viaje a lo desconocido. Es etérea y cuando comienza a bailar, despliega sus alas cual cisne tanguero.

Lourdes crea; por sobre todas las cosas, crea. No se apoya en nada ya hecho, en nada preestablecido, y con su danza demuestra que la frase de Leopoldo Marechal “el tango es una posibilidad infinita”, es totalmente cierta.

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