ESE TANGO.


Ese Tango.

Me paralizó escucharlo, me fascinó. Antes solamente lo había oído. 
Cuando entendí que ese tango triste y melodioso que sonaba entre los árboles se había convertido en susurros que acunaban mi espíritu travieso, supe que eran las palabras de aliento que me faltaban.
Eran caricias tibiecitas y transparentes en clave de sol, mezcladas con silencios sostenidos y repiqueteos en 2 x 4. Eran caricias que se asomaban al techo del mundo, descubriendo tímidamente que podían transformarlo.
Era, vomitado desde la sima más profunda y caliente de la tierra, exactamente lo que necesitaba escuchar hoy. Ese tango.

Ana María Navés

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